Me gusta pensar en aquellos días donde con mis primos todo era posible; diseñar y construir como el mejor arquitecto la casa en la mora del centro del patio de mi abuelita no representaba más que el desafío de conseguir los materiales necesarios para emprender la faena vendiendo botellas de vidrío, nadar como un gran aventurero contra la corriente del río sólo requerían los brazos de mis primos enganchados en cadena para lograr alcanzar el tronco de un árbol caído para de allí detenernos todos, emprender la expedición más inhóspita por la sequía al lado de las labores sólo necesita de grandes palos que fungían como las más sofisticadas armas que nos ayudaban a sortear cualquier peligro que se cruzara en nuestro camino logrando así defender a los más pequeños.
Inventamos nuestro propio lenguaje de señas que era imprescindible que los adultos ( que eran los enemigos) no se enteraran de nuestro mundo creado por sueños y fantasías. teníamos códigos secretos para identificarnos haciéndonos parte de una comuna que nos identificaba en todo el pueblo como la Balderrama, orgullos todos portábamos el apellido. Cuando nos paliábamos, nos desgreñábamos sin que se enteraran los mayores y al cabo de un rato hacíamos el pacto de paz yendo por una bolsa de frituras y un refresco a la tiendita de las güeras y sentándonos juntos a comerlos en la plaza del pueblo.
Nadie nos ganaba cuando decidíamos ir a escalar nuestro pequeño monte Everest ( barriales tan erosionados por el tiempo que hacían las veces de un gran cañón al estar parado sobre el y que al bajarlo nuestro pequeño tamaño y gran imaginación nos jugaba la óptica de ser las montañas más empinadas y sinuosas del mundo ), como un equipo de expedicionarios nos tomábamos en serio el ritual de ir a los barriales, desde una tarde antes decidíamos que al día siguiente nos levantaríamos temprano a juntar el equipo necesario que consistía en unos cartones viejos para bajar sin rasparnos tanto las nalgas y obviamente tomar más impulso, además de unas cuerdas para poder halarnos cuando llegaba el momento de subir, en fila siempre cuidándonos los unos a los otros emprendíamos la travesía de llegar a nuestra aventura, nunca faltaban los raspones, las cortaduras y uno que otro chipote pero como soldados entregados a nuestro reto nadie se rendía, ni se quejaba, todos terminábamos el recorrido como unos guerreros triunfadores, tan sudados, sucios y hambrientos que no había más que asegurarnos que el más retrasado llegara a la cima para gritar "menso el último que llegue a la casa" y todos correríamos entre risas y juegos a donde sabíamos que nuestras mamás y abue nos esperaban con las sillas improvisadas de botes, y otras originalidades como un destacamento militar que viene de una más de sus batallas.
Las tardes de verano eran muy calientes, nada nos parecía tan maravilloso y refrescante como nadar en el río, pero no nos referíamos a cualquier río el que nos gustaba quedaba lejos de la casa de mi abue, así que no podíamos ir solos como acostumbrábamos movernos y teníamos que insistirle a mi tía Chela para que nos llevara en su carro o troca en turno al río de San Pedro que tenía las mejores rocas para tirarnos clavados y era más profundo, convencerla no era tarea sencilla en apariencia ( aunque ahora creo que siempre estaba convencida), pero creo que hasta por formarnos carácter teníamos que ganarnos tan apreciado placer, todo dependía de asegurarnos que algunas cosas salieran bien, una de ellas era limpiar todo nuestro gran tiradero de un día de juegos en su casa y dos mi tía tenía un pequeño taller donde se hacían escobas y trapeadores, así que teníamos que poner manos a la obra y ayudarle a hacer una parte del pedido del día y asegurarnos que este se entregara con los clientes interesados, así que nos convertíamos en unos pequeños empresarios, al final mi tía era tan buena que al mirar aquello que daba la vaga idea de ser trapeadores y escobas se reía y perdonaba nuestra mala calidad, además nos daba la oportunidad de hacer más para ganar algo de dinero y capitalizar nuestras pequeñas aventuras, a duras penas después de pelear, jugar, gritar y demás lográbamos la faena y todos corríamos por nuestros trajes de baño y a nadar, esas tardes eran inolvidables mi tía llegaba a la tienda por una sandia grande, nos hacia burritos de frijoles con queso para aguantar el hambre y partíamos antes de que cayera el sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario